Ya hace un mes de mi cumpleaños, quizás es el suficiente
tiempo como para haberme relajado de todas las novedades pero sigo más alerta
que nunca. Una vez cogí el amuleto, unas cápsulas futuristas fueron a buscarnos
y nos llevaron a la entrada del túnel en el que llegamos. Entonces fue cuando
empecé a sentirme mal, no a nivel físico, sino a sentimental. Pude observar las
heridas que había provocado en mis rivales, y esa quemadura del brazo que no
tenía muy buena pinta no me parecía nada en comparación, aunque solo tuviesen
un par de rasguños.
Cuando llegamos a la escuela, nos llevaron a la enfermería y
nos curaron las heridas a todos. Y cuando vi que no les pasaba nada a mis
amigos les pedí disculpas por herirles, digamos que me pudo la emoción del
momento de que todos mis esfuerzos para aprender a manejar el aire daban sus
frutos.
-
Pero que mona es nuestra Lena, siempre
preocupándose por los demás en vez de por ella misma -. Dijo Deborah dándome un
gran abrazo que le correspondí.
-
Siento haberte hecho eso del brazo.
-
No pasa nada, Trevor. No me duele ni nada.
Ahora escribo todo lo que me ha estado pasando desde
principios de verano en las páginas en blanco del diario, si yo soy la única
que puede abrirlo… también la única que podrá leerlo. Escribir toda esta locura
me ayuda, puedo ver las cosas con más claridad y mi cabeza descansa bastante al
no tener que almacenar toda la información sin la preocupación de que me olvide
de algo.
Seguíamos asistiendo a las clases, y haciendo exámenes de
los que siempre sacábamos las mejores notas. Se avecinaba el cumpleaños de Ami
y sinceramente, no me encontraba para celebraciones. Pero me comía mi cansancio
y me dedicaba a organizarle una fiesta sorpresa, gracias a mi “Don” le había
creado un brazalete de cristal irrompible con miles de filigranas, pero lo
mejor de él era que si la persona que lo llevase puesto deseaba hacerse
invisible, el brazalete reaccionaba y camuflaba a su portador, ¿Quién no ha
deseado alguna vez desaparecer por arte de magia?
Dejé el diario sobre la mesa del escritorio tras asegurarme
de que estaba bien cerrado, y me dirigí a clase.
Fue un día duro de escuela y estaba deseando tumbarme un
poco en la cama. Por el camino a la torre me encontré a mis amigos, y tuvimos
una agradable charla sobre lo cansadas que eran las lecciones, ya que casi
todas eran prácticas. Giré el pomo de la puerta y los dejé pasar, me encantaba
la sensación de la barrera de la puerta, me recordaba tanto al cielo, el aire…
-
Chicos, creo que voy a irme a echarme. ¿Me
despertaréis en una hora?
-
Claro -. Respondió Ami.
Tarareando una canción subí las escaleras, mientras le decía
adiós con la mano. Cuando llegué a mi puerta me quedé quieta, muy quieta.
Estaba abierta, y yo siempre, pero siempre la cerraba… Alguien estaba dentro.
Me entró un miedo irracional en el cuerpo, y tuve el tiempo suficiente para
gritar. Después, todas las luces del salón se apagaron, e incluso también el
fuego inacabable de la hoguera. Nos quedamos a oscuras. Oí los gritos de mis
amigos e instintivamente despegué el vuelo a la zona más alta de la habitación,
huyendo del suelo. Mis alas iluminaron la habitación, al igual que las
numerosas llamas que rodeaban a Deborah. Había sombras, sombras como las que vi
en mi fiesta de cumpleaños, sombras como las que vi en el baile. Tenían vida
propia. Se acercaron a mis amigos, sobre todo a Deborah, iban a por la luz que
emanaba de sus llamas. También se acercaban a mí, intentaban tocar mis alas… me
encontraba asustada.
Todo pasó rápido, la sola idea de que hiciesen daño a
Deborah me enfadaba y atemorizaba, entonces el Reloj de Arena que llevaba
colgado en mi cuello comenzó a brillar y a lanzar una especie de rayos de luz a
las sombras. Intentaba protegerme. La luminosidad iba en aumento y pronto fue
como si explotara mi Reloj y toda la luz que contenía fuera a salvar a Deborah.
Me quedé desprotegida unos instantes y entonces las sombras que me acechaban se
tiraron encima de mí, no veía nada, solo oscuridad y oía como mis alas de
cristal empezaban a crujir y resquebrajarse. Antes de chocar con el suelo y
perder la consciencia, resonó en el salón una voz grave:
<< Lena, sabes
lo que quiero, así que si no me lo das por las buenas… Habrá terribles
consecuencias. >>
Deborah
Todos estábamos consternados, y no pasó mucho tiempo para
que las luces se encendieran de nuevo y Zac, Trevor y todos los superiores
llegaran a la torre. Notaba como las lágrimas caían por mi rostro y como Trevor
me abrazaba. Esas cosas oscuras que nos intimidaban habían desaparecido tras
que Lena empezase a brillar. Ahora no podía mirar en su dirección porque me
temía lo peor. Lena estaba pálida, y sus alas estaban rotas, y ese brillo
especial que tenían, ahora solo eran unos hilillos de oro oxidado. Sus párpados
estaban cerrados, y tenía una especie de marca oscura en la mano izquierda. El
Reloj de Arena que colgaba en su cuello era lo único intacto.
Zac y Altair habían ido junto a ella, y se habían quedado en
completo silencio. Todavía me estremecía esa voz horripilante que habíamos
escuchado. Nos llevaron a la torre de Trevor y Zac y llevaron a Lena a una de
las habitaciones, los seguí esquivando un poco la vista, encima que ella había
quedado indefensa para protegerme… no la iba a dejar sola.
Zac tenía los ojos
vidriosos pero intentaba aparentarse fuerte, y Altair… otro tanto.
-
¿Qué le ocurre? ¿Qué ha pasado? -. Me atreví a
preguntar.
-
Era lo que sospechamos, nosotros vamos a
tientas… mientras Dyaus pega pasos agigantados -. Me contestó Trevor
dulcemente.
-
¿Y eso quiere decir que Lena no se pondrá bien?-.
Seguí diciendo.
-
No lo sabemos, una vez más, todo depende de la
fortaleza de Lena.
Zac parecía tan frágil… aunque estar con ella supusiese la
peor de las condenas, jamás soltaría esa mano izquierda hasta que Lena viese la
luz de nuevo. Nos dijeron que volviésemos a nuestros cuartos a descansar un
poco, pero yo me negué a salir de aquella torre. Así que con resignación,
Trevor me llevó a su habitación y me obligó a descansar un poco.
-
Me siento incapaz de dormir ahora.
-
Siempre tan tozuda, deja de preocuparte por
ello, dándole vueltas no conseguirás nada.
-
Lo sé, pero hay algo en mí que me impide cerrar
los ojos, esa voz sigue en mi cabeza repitiendo lo mismo una y otra vez.
Entonces fue cuando Trevor me abrazó con fuerza, sino
hubiese pasado lo de Lena, esa misma noche habríamos contado lo nuestro, de
cómo me enamoré de aquel cabello oscuro, de esa serenidad… y viceversa. Trevor
y yo llevábamos saliendo en secreto cosa de un mes. Aunque tampoco me
sorprendería de que Lena ya lo supiese, aunque la pobre había soportado más
cosas de las que debería en muy poco tiempo. Me imagino cómo podría haber sido,
que todo lo que ella había visto… me pasase a mí… me replanteo seriamente mi
cordura.
Ahora, todo era impotencia, solo deseaba un final feliz para
Lena y Zac. Ese fue mi último pensamiento antes de quedarme dormida en los
brazos de Trevor.
Lena
Las primeras luces aparecían en el horizonte cuando me
desperté. Me encontraba en la playa, y la arena se pegaba a mi piel. Todo era
muy extraño, me encontraba sola quién sabe dónde y todo era más tétrico, más
oscuro… el amanecer no me parecía increíble, hermoso… como tantas otras veces,
ahora era siniestro y desconocido. No auguraba
nada bueno.
Cogí un puñado de granos de arena, para comprobar que todo eso
era real, y lentamente esos granos fueron cayendo de nuevo al suelo. Me levanté
y rocé el agua del mar con los dedos, estaba fría. Todo eso era muy real.
Me di la vuelta y lo único que vi fue un bosque al acabar la
playa, me recordaba al lugar de la prueba, quizás había sido llevaba al mismo
lugar.
Me concentré en abrir mis alas y echar a volar, pero mi
sorpresa fue que estaban rotas y sin luz alguna, y eso hizo que me pusiera a
llorar. Los recuerdos azotaban mi cabeza con brusquedad y pronto empecé a unir
piezas: << Lena, sabes lo que
quiero, así que si no me lo das por las buenas… Habrá terribles consecuencias.
>>
Haber oído la voz de Dyaus me consternaba, lo hacían real,
no solo una vieja leyenda para asustar a los niños. Recordaba como esas sombras
habían intentado herir a Deborah y como todo se volvía oscuro a mí alrededor.
Entonces… ¿Ahora donde estaba?
-
Querida Lena, aún me sorprende que te lo
plantees todo, deberías confiar más en la magia.
-
¡Isis!
Su voz fue alivio puro y duro, y cuando la vislumbré entre
la primera fila de árboles, no pude evitar un grito ahogado.
-
Mi apariencia te resulta extraña. ¿No?
-
Pareces… pareces…
-
¿Tan humana?
-
Si.
Ella ya no vestía esos ropajes encantadores hechos de luz
que la caracterizaban, sino que llevaba los harapos propios de una sirvienta,
aunque su rostro seguía siendo propio de un ser divino. Me explicó que no
estábamos en el mundo que yo solía conocer, que habíamos viajado en el tiempo
gracias al reloj que seguía colgando de mi cuello, que me había salvado antes de
que la oscuridad me engullera, pero que todo era algo diferente. Dyaus había
conseguido que mi cuerpo permaneciese en el presente, pero mi mente estaba
milenios atrás. Por eso lo que iba a ver se quedaría en mí, nadie podría hablar
conmigo excepto la diosa por el sencillo hecho que al no estar mi cuerpo allí,
no podían verme. Me había convertido en un alma.
También me dijo que me iba a ayudar a ir un paso por delante
de Dyaus, para evitar muertes innecesarias. Eso hizo que el hijo de la diosa
apareciese en mis recuerdos.
Deborah
Me desperté bien entrada la mañana, tenía todo el cuerpo en
tensión y la cabeza me iba a mil vueltas por hora. Trevor ya no se encontraba
conmigo, y sentirme sola en aquella habitación me desagradaba
considerablemente.
Miré por la ventana y los rayos de sol me acariciaron el
rostro, haciendo que el fuego que estaba latente en mí resurgiera de nuevo. La
noche había sido movida y lo que menos me apetecía era recordarlo. Encontré en
la silla del baño ropa nueva para cambiarme, así que me di la ducha más fría
que pude y tras ponérmela, respiré muy hondo y salí de la habitación. El salón
estaba vacío, y mi apetito no era muy grande, así que encontrando todo el valor
que mi elemento podía ofrecerme, subí hasta la habitación donde supuestamente
estaba Lena y compañía.
Al abrir la puerta de la habitación, me encontré la misma
escena que ayer, solo que ahora me parecía mucho más terrible. Las ojeras
delataban a Altair y a Zac, y Trevor estaba a su lado intentándoles convencer
que se acostaran un rato, que si pasaba algo nuevo, él mismo les iría a avisar.
Ellos se mostraban indiferentes, no iban a dejar a Lena por nada del mundo, así
que intentando ordenar en mi mente las mejores palabras… empecé a hablar:
-
Chicos, porque estéis aquí no conseguiréis nada
nuevo, Trevor y yo nos quedamos para cuidar a Lena, no os preocupéis. Marchar
un rato a descansar, porque si pasa algo importante no podréis hacer nada con
esas caras.
El último argumento pareció ser la clave para despacharlos
de allí un rato, y cuando Zac soltó la mano de Lena, algo extraño sucedió.
Lena
La sensación fue muy extraña, tras haber recordado a Zac,
sentí su mano agarrando la mía. Minutos después, ese contacto que me sabía a
gloria… desapareció. Solo entonces, uno de los hilillos de oro de mis alas
volvió a brillar tenuemente.
Miré de forma interrogante a la diosa, y ella se limitó a
sonreír y contestar de forma retórica:
-
El viaje que vamos a realizar te ayudará a salvarte.
Decidí no darle más vueltas y dejarme llevar, sino mi alma
quedaría perdida allí… Tenía que dejar de pensar de forma corporal…de forma
humana. Ese pensamiento por muy abstracto que pareciese, se me clavó como un
puñal y me provocó una terrible ansiedad. Mi instinto me decía que si me
salvaba a mí misma, perdería a Zac para siempre.
-
Debes comprender que vuestra unión solo os va a
provocar más dolor.
-
¿Y por qué no podemos vivir, simplemente,
felices juntos?
-
Porque el destino parece quererlo así, y eso es
algo que incluso se nos escapa a los dioses. Venga, se nos hace tarde.
La seguí con desgana y replanteándome muchas cosas. Después,
dejé mi mente volar y así es como sobrevolamos los cielos hasta acabar en una
pequeña casa entre la arboleda. Las luces del amanecer se colaron por la
ventana mientras la oscuridad de la noche se negaba a dejar aquella casa. Una
lucha entre luz y oscuridad, bien y mal. Esa oscuridad se convirtió en un
hermoso tigre blanco que me resultaba familiar, mientras la luz se volvía una
leona de cabello oscuro. Aterrorizaban a simple vista, y peleaban por la
custodia de esa casa.
De repente, se oyeron unos gritos de una mujer y el llanto
de un niño. Los chillidos ahogados de la madre desaparecieron, mientras que el
niño cada vez hacía más ruido.
-
Tarde, demasiado tarde.
Los animales se resignaron, y agachando la cabeza… se
desvanecieron como si nunca hubiesen estado ahí.
-
Querida Lena, este es el nacimiento de Dyaus, un
ser que nació de entre lo desconocido, sin que el bien o el mal dictase su
futuro. Por eso siempre, vivirá en una lucha interna.
Tienes que saber que cuando un nacido de “don”
nace, además de necesitar que los astros estén alineados… se desempeña antes de
su nacimiento una lucha entre los grandes dirigentes del universo y el destino.
Cuando tú y tus amigos nacisteis, ganó el tigre blanco, que aunque proviene de
la oscuridad… significa el bien y puede brillar más que incluso la luz. No todo
es lo que parece.
Después, puse en
marcha el reloj y la diosa me dictó cuál era nuestro siguiente destino. Una vez
sentido el cosquilleo en los pies y mariposas en el estómago, nos encontramos
en un lugar totalmente diferente, un lugar que yo conocía muy bien.
Estábamos en la escuela aunque había una gran diferencia, no
había alumnos caminando por el patio, sino cientos de esclavos y sirvientes, de
ropajes similares a los de las películas del viejo Egipto. Íbamos a presenciar
el comienzo de todo, cuando la diosa y el emperador se enamoraron.
Me convertí en la sombra de la diosa mientras todo sucedía
igual que como estaba explicado en el diario. La primera vez que sus miradas se
cruzaron, esos encuentros secretos y finalmente, cuando le presentó la gran
biblioteca de Alejandría a Cai. Esta última parte cambió, es cierto que la
diosa le regaló el Reloj de Arena y que apareció un anciano Dyaus. Ver su
rostro me hizo estremecer desde los pies hasta la última terminación nerviosa
de mi cuerpo. Me resultaba muy familiar, juraría conocerlo de antes y esa
mirada que me hacía sentir incómoda la había visto en algún lugar, pero mi
mente se negaba a relacionar ese rostro cansado con alguien en el presente.
Vi como Dyaus lanzaba un ataque de electricidad con una
especie de cetro y al sentirlo todo tan real, no pude evitar empujar a Cai para
que no le alcanzara el ataque. Para mi sorpresa, lo había conseguido mover y el
rayo había caído a pocos centímetros de mí. Entonces, un nuevo hilo de mis alas
empezó a relucir. Fue en ese instante cuando me hice un poco visible, y por
eso, Cai y Dyaus vieron mi rostro durante unos segundos. Los suficientes para
que Dyaus ya supiera a quién tendría que enfrentarse en un futuro. Verlo allí
desconcertado y sonriendo al verme, me hizo sentir furia, furia porque él era
el culpable de todos mis problemas, furia por el destino de Zac. Estaba
realmente cabreada.
Después actúe sin pensar, sumida en el más profundo odio.
Aunque tan solo era un alma, lancé mis ataques más poderosos y el aire me
obedeció. Miles de ráfagas se abalanzaron hacía él recorriendo el aire a la vez
que yo corría en su dirección. Cuando todos mis ataques lo atravesaron, me miró
dándose cuenta de que me había subestimado, y la leona que había visto el día
de su nacimiento apareció de repente y lo engulló entre sus fauces.
Todo explotó en una luz, y de pronto me vi agarrada por la
diosa y surcando el aire. La explosión hizo que la biblioteca que con tanto
cariño había construido la diosa desapareciera bajo las aguas del Nilo.
Pocos minutos después, tras dejar a Cai a salvo en el suelo.
La diosa me obligó a cambiar de nuevo el tiempo.
En nuestro nuevo destino, ya era de día y volvíamos a estar
en la escuela, pero esta vez en la torre de Zac.
-
¿Esto quiere decir que Dyaus ha desaparecido
para siempre?
-
No cariño, esto significa que venderá su alma a
esa leona para vengarse -. Me dijo mientras me acariciaba el pelo.
-
¿He cambiado el destino?
-
No, esto mismo lo viví hace miles de años, solo
que me pilló por sorpresa la llegada de una joven que le salvó la vida al amor
de mi vida. Y ahora la historia se repite.
-
Y todo esto… ¿Es solo por venganza?
-
En esto también estás errada, él quería la
inmortalidad… convertirse en un ser supremo. Para eso necesitaba el amuleto del
que tú eres guardiana ahora, para venderlo al destino y conseguir lo que
quería, pero tú le cambiaste los planes y por eso necesita hacerse inmortal
antes de que la leona reclame a Dyaus para ella. Se le acaba el tiempo.
Él es así por la naturaleza de su
nacimiento, porque su padre lo miraba con desprecio y odio, porque ese hijo
había matado a su esposa, lo que más quería en el mundo.
-
Es una historia tan triste…
-
Pero aún así es imposible de cambiar. Tú lo
venciste una vez, acabas de hacerlo. Es cierto que en el presente él es mucho
más fuerte… pero cuando te enfrentes a él de nuevo tienes que luchar con el
amor que te han ofrecido todos los que quieres, no puedes actuar con el odio
con el que le acabas de derrotar… porque si no te perderás tu también.
¿Entiendes?
-
Creo que si…
Me pidió que guardase silencio y entonces, la puerta que
daba al exterior se abrió de pronto. De ella salieron un hombre fuerte, rubio y
al que yo le había salvado la vida una vez y un niño de cabellos semejantes a
los de su padre. Verlo así me hizo llorar, me agaché a su lado y lo observé con
el mayor cariño y amor que yo nunca podría ofrecer a otra persona. Era Zac.
Deborah
Unos hilillos de oro de las alas de Lena empezaron a brillar
y pudimos ver como ella se revolvía en la cama y cambiaba de postura, y como su
color de cara natural volvía. Todo eso sin abrir los ojos de nuevo. No todo
eran buenas noticias, la marca de su mano izquierda se había extendido más por
su brazo.
Todos los que estábamos en la sala nos miramos inquietos,
esto significaría… ¿Qué Lena iba a despertarse o que estaba más lejos de
nosotros que nunca? Antes de darnos tiempo a preguntar nuestras dudas en voz
alta, Zac se estremeció en su sitio y tembló de arriba a abajo.
-
¡Zac! ¡¿Qué te ocurre?!
Parecía que no me oía, así que lo zarandeé lo más fuerte que
pude hasta que lo hice volver en sí. Sus ojos mostraban una mirada totalmente
perdida y desorientada.
-
Es Lena… -. Alcanzó a balbucear.
-
¿Cómo que es Lena? -. Preguntó Altair.
-
En mis recuerdos… sólo conservo uno con mi padre
y mi madre, pero ahora también está Lena, acariciándome el cabello cuando yo
aún era niño.
Nuestras caras eran un auténtico poema. ¿Cómo podía ser eso?
Si Lena estaba a nuestro lado ahora mismo. Definitivamente esta chica era
única. Me acerqué lentamente a la cama, temiendo que mi sola presencia allí
alterase el estado de Lena, aún con miedo empecé a acariciarle el rostro…
-
Despierta pronto. ¿Vale? Te echamos de menos.
Lena
¿Deborah? Me había parecido oírla. Me concentré un poco más
y sentí como sus manos cálidas me acariciaban la cara.
-
Estás sintiendo lo que está pasando con tu
cuerpo en el presente. Tenemos que darnos prisa en juntar tu alma y tu cuerpo,
te estás haciendo visible en una época que no es la tuya.
Asentí y me preparé mentalmente para nuestra nueva aventura,
pero antes hay algo que debíamos hacer la diosa y yo. Mientras ella concentraba
su poder a su alrededor y creaba cuatro preciosos huevos de oro de los cuáles
nacerían nuestros guardianes, yo le di el mayor abrazo que pude al pequeño Zac
y le dije:
-
Acuérdate siempre de esto. ¿Vale? Te amo y me da
igual quién se interponga entre nosotros. Siempre juntos.
Lo que hizo después el niño me pilló totalmente por
sorpresa.
-
Prometido.
Incluso de niño, podía ver en sus ojos esa entereza y
firmeza que lo caracterizaban.
-
Zac, es hora de irnos -. Le dijo la diosa.
Antes de marcharnos, Isis cogió en brazos a un pequeño bebé
que sospecho que sería la pequeña Selene. Le dio un beso que contenía un
profundo amor a Cai y se despidió.
-
Sabes que siempre te esperaré -. Dijo el
emperador y después se acercó a mí -. Te deseo toda la suerte del mundo, Lena.
Toma este Reloj -. Y me dio su amuleto-. Déjalo en el futuro para que tú puedas
encontrarlo después.
-
Te lo prometo, y también te prometo traerte de
nuevo a tus hijos algún día.
-
Nada me haría más feliz.
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